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La actividad instaladora cerró con una media aceptable el año 2020, un ejercicio particularmente complejo como consecuencia de la pandemia que llegó a nuestras vidas como un tsunami a partir de marzo. El tiempo se detuvo entonces, pero afortunadamente la apertura gradual de la vida de nuevo tuvo su reflejo en el mundo económico. El teletrabajo y la nueva mirada hacia el confort en el hogar significaron más trabajo en nuestro sector, también la llegada de la temporada de calefacción en un invierno particularmente frío y de temporales extremos.
Para temporales, ninguno como Filomena, que provocó marcas históricas de mínimas temperaturas y de centímetros de nieve, particularmente en el centro de la península. Año de nieves, año de bienes, que suele decirse. Al menos, la esperanza es que el 2021 sea algo mejor que el que dejamos atrás, que fue realmente catastrófico.
Lo cierto es que la temporada de calefacción ha sido bastante fructífera para el sector, gracias en buena medida a estos aspectos climatológicos.
Por encima de ellos, y como una tendencia cada vez más pronunciada, se sitúa la nueva mirada hacia el hogar, un espacio al que antes, en la vida anterior que todo el mundo tenía, no se le prestaba tanta atención.
Esa nueva mirada, el teletrabajo, el cuidado cada vez mayor hacia la eficiencia energética y el ahorro de las familias son los factores que explican buena parte de la coyuntura en que nos encontramos. De hecho, si miramos la gráfica de la página anterior, se puede observar cómo la media instaladora de noviembre-diciembre de 2020, de un 5,6, es justo la misma que se marcó doce meses antes, cuando ni siquiera sabíamos exactamente qué significaba la palabra pandemia, y menos aún, términos o expresiones como coronavirus, doblegar la curva o incidencia acumulada.